La libertad, en efectivo
“Un miedo infundado”. Así hablaba la llamada maquinaria del fango del miedo que algunos expresaban hacia un posible gran apagón. El pasado 28 de abril, lo “imposible” se hizo realidad. España quedó eléctricamente a oscuras durante la mayor parte del día aquel lunes. En muchos lugares, no se podía pagar ni con tarjeta ni con móvil. Y de repente, en pleno siglo XXI, quedó claro que lo único que seguía funcionando con total normalidad era el dinero en efectivo.
Ese día, como tantos otros, nos recordó algo fundamental: el efectivo no depende de sistemas digitales, ni de bancos, ni de la buena voluntad de ningún gobierno. El efectivo es directo, anónimo, accesible y resistente. En situaciones de crisis, se convierte en una tabla de salvación. Pero lo más importante: el efectivo es una herramienta concreta y diaria de libertad.
En estos tiempos de avances tecnológicos acelerados y promesas de digitalización absoluta, muchos olvidan que no todo progreso es necesariamente bueno. La eliminación del dinero en efectivo y su sustitución por monedas digitales controladas por los bancos centrales abre la puerta a un modelo económico en el que cada transacción puede ser monitorizada, registrada e incluso restringida. Esta es la cruda realidad del Euro Digital.
El efectivo, en cambio, permite que cualquier persona pueda operar con autonomía y sin depender de redes, dispositivos o permisos. No discrimina a los mayores que no manejan apps, ni a quienes viven en zonas rurales con mala cobertura, ni a quienes simplemente prefieren que sus gastos no queden archivados en bases de datos. Si bien es cierto que el crédito es, en muchas otras ocasiones, una garantía de que las cosas se hagan correctamente, en este momento particular, sin duda, se convirtió en una traba.
¿Qué pasaría si nos quitasen el dinero “de toda la vida? En un sistema exclusivamente digital, si un gobierno decidiera bloquear ciertas compras, imponer límites de gasto, o suspender cuentas por motivos ideológicos, podría hacerlo con un solo clic. El efectivo, en cambio, no se puede congelar, ni tampoco puede desactivarse desde una oficina.
No se trata de estar contra la tecnología, sino de preservar opciones y sobre todo, de blindar la libertad financiera. De garantizar que nadie quede excluido. De que tengamos siempre un recurso independiente, accesible y seguro. El efectivo es un freno al poder absoluto. Es una reserva de privacidad. Y, en definitiva, es una condición básica para una sociedad libre.
Por eso hay que defenderlo. Porque si renunciamos al efectivo, no solo estamos renunciando a una forma de pago: estamos entregando una parte de nuestra libertad.